Si por casualidad has llegado hasta aquí y sientes una pequeña curiosidad por saber algo del corazón que late detrás de este rincón de sueños, te contaré que me llamo Antonio y nací hace treinta años en Jerez de la Frontera (Cádiz), una bonita tierra al sur de Andalucía.
Te contaré también que soy cristiano, que Jesús ha dejado enamorado a mi corazón y que creo que solo dando la vida (por ti, por ella, por él, por el que sufre) se puede tener vida feliz, plena y abundante. Y aunque uno al final no deja de ser torpe, incoherente y bastante cabezota, aunque soy de los que hablan mucho y hacen menos, aunque me sobran pobrezas y me faltan luces… me siento llamado a compartir y a dejar volar los pequeños regalos que Dios trae a mi vida cada día, los que van modelando con manos sabias mi barro imperfecto. Por eso abro este pequeño espacio escondido entre la maleza de la red de redes. Por eso quiero escribir en el viento los humildes renglones que marcan mi caminar. Ojalá lleguen a rozar, siquiera un poquito, tus mejillas. Y ojalá, sobre todo, los tuyos puedan susurrarme de vuelta palabras de esperanza.
Algunas pequeñas confesiones: Nací con un futuro marcado y una vocación que otros se habían encargado de escoger para mí. Pasé más de una década de colegio con los Salesianos, pero de pequeño me costó encontrar mi lugar en el mundo. Un diploma guardado en el armario me dicen que soy Licenciado en Educación Física y yo creo que miente. He roto con una vida que ya no será. Este año empecé a dar clases de Historia, una asignatura que debo de reconocer que no me gustaba, pero después de unos meses impartiéndola me apasiona porque habla de personas, ayuda a dar voz a los sin voz que ya pasaron y es capaz de proyectar luz sobre el futuro que viene. Vivo mi vocación mercedaria recorriendo el camino junto a una pequeña comunidad de frailes mercedarios en Herencia (Ciudad Real).
Mi gran pasión es la educación. La descubrí cuando aún estaba en el colegio, al darme cuenta de que, cuando estudiaba, me distraía fácilmente imaginando cómo podría explicar de forma agradable ante una clase eso mismo que estaba intentando aprender. Mi pequeña misión como monitor de chavales en el Movimiento Juvenil Salesiano, los grupos de fe juveniles de mi antiguo colegio, ha ayudado a que arda con más fuerza dentro de mí esta llamada, a intuir la certeza de que me gustaría dedicar mi vida a acompañar a jóvenes en su camino de llegar a ser quienes están llamados a ser. Mientras tanto, entre sueño y sueño, me gusta dedicar ratitos a leer, entrenar a un equipo de chavales, montar en bicicleta, caminar o dejar que las palabras vuelen en torno a un buen café. No soy bueno en ninguna de estas cosas… pero tampoco pasa nada.
Intento leer mi vida como una peregrinación, una peregrinación de confianza. Tal vez porque ha sido peregrinando (saliendo de mi tierra y poniéndome en camino, echándome una mochila al hombro, liberándome de lo innecesario, marchando al encuentro de otros desde una sencilla desnudez) como mejor he podido encontrarme con mi propio corazón. Y en esta peregrinación, las encrucijadas que ahora surgen tras cada recodo me preguntan cada vez con más fuerza por qué sigo parado y en silencio, sentado en el sillón de los privilegios que no merezco, cuando este mundo está muy lejos de ser el Reino de Justicia y Paz que Dios sueña. O por qué creo que no hay vía más privilegiada para encontrarme con Él que servir a los pobres y a los que sufren, pero no dejo todavía que mi vida se impregne de esta verdad.
Éstas y otras son las capas de barro que van dando forma a mi vasija agrietada. A través de este cuaderno de bitácora me gustaría compartirlas con quien desee acercarse, para ir modelando un rincón acogedor y cariñoso en el que sentirnos libres, para ser nosotros también alfareros de un mundo nuevo.
Contigo.
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